Opinión | Prensa

Editorial

Debate sosegado sobre la libertad de prensa

La discusión empieza viciada si se impulsa sobre el poder y poniendo en duda ‘a priori’ el papel de los periodistas

Un hombre compra un periódico en un quiosco de Barcelona.

Un hombre compra un periódico en un quiosco de Barcelona. / SANTIAGO BARTOLOMÉ

El Día Mundial de la Libertad de Prensa, que se celebra hoy, nos pilla en medio de un agrio debate sobre los retos que plantea la existencia de una información libre y veraz. Lástima que este debate haya empezado mal, viciado por el hecho insólito de que su impulsor sea el poder -a quien la prensa tiene precisamente el derecho y el deber de criticar- y por la distorsión que supuso, al menos inicialmente, su conexión con una posible dimisión del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Salgamos de la lógica politizada en curso e intentemos abordar cuáles son los desafíos que se ciernen sobre la libertad de prensa.

Aunque hoy resulte insuficiente, por el impacto que tienen los cambios tecnológicos en la producción de flujos informativos (y de campañas de desinformación), conviene recordar que la Constitución española reconoce y protege "el derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción". Conscientes del poder de la prensa -que llegó a llamarse 'el Parlamento de Papel' en los primeros años de la Transición-, los padres de la Constitución le fijaron límites. Dejaron escrito que "estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este Título [el primero de la Carta Magna] en los preceptos de las leyes que lo desarrollen y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia". 

Es legítimo preguntarse por qué el binomio libertad y medios de comunicación suscita hoy más controversia y recelos que hace unos años. ¿No será que estamos hablando de otra cosa, confundiendo lo que son los medios de comunicación convencionales -los que proporcionan información transparente sobre su condición societaria y su línea editorial y mantienen unos criterios profesionales- con el mundo y submundo que han emergido, al amparo de la multiplicación infinita de los emisores de información (o desinformación)? Sin esta distinción, el debate sobre la libertad de prensa está viciado de antemano. Podría incluso conducir a retrocesos en la libertad de expresión, en términos de censura o autocensura, que contribuirían a agravar la situación que pretendemos abordar. En consecuencia, conviene abrir un debate sosegado, y alejado de la polarización política, para actualizar la defensa de la libertad de prensa. Un debate que aborde la producción de 'fake news' como una amenaza para todo el espectro informativo.  

La desinformación no se puede combatir poniendo en duda, a priori, el papel de los medios de comunicación y el trabajo de los periodistas. Somos nosotros los más interesados en combatirla. Solo implicando en este objetivo a profesionales de la información, propietarios de los medios de comunicación, expertos del mundo académico, representantes de la sociedad civil que consumen información y, por supuesto, las administraciones, podremos defender la libertad de prensa de los viejos y nuevos desafíos que siguen acechándola. Haciendo de la Constitución el punto de partida de este proceso e identificando las fuentes de desinformación que han contaminado el sistema mundial de producción de noticias.